Carmen tiene ochenta años, un marido, hijo, nuera, nieto. Y también un problema: una factura excesiva que desde hace dos años su compañía eléctrica le reclama por una luz que no pudo gastar debido a una razón de peso. Esa casa, su segunda residencia, estuvo deshabitada durante los meses de la Pandemia. Pero Carmen se resiste a pagar y, haciendo de la tozudez su principal arma, viajará a su pueblo para intentar solucionar el problema con Sito Hernández, quien dirige la vida pública de sus vecinos desde hace tiempo. Sin embargo, las decisiones muchas veces no son acertadas, sino disparatadas, y la reivindicación más noble puede hacerse de la manera más grotesca.
Carmen (para que lo demás gire) es el primer montaje con dramaturgia propia de Macberianos y pone como protagonista a un sector de la población visible e invisible a partes iguales: el de aquellas mujeres que visten bata, batín o mandilón sea invierno o verano, vayan a la compra o preparen un cocido a la olla. Un sector que domina la esfera privada de sus familias (cuidaron y mandaron en sus padres, sus maridos, sus hijos, sus nietos) pero que en contadas ocasiones tuvieron capacidad de influencia en el mundo exterior, más allá de las paredes de sus cocinas. Un grupo de mujeres que está a punto de desaparecer y que, con luces y a pesar de la sombra, pusieron víscera donde no llegaba la cultura.